La controversia del desayuno

Si eres follower del Sitio de Manuel, sabes que en más de una ocasión he escrito sobre el desayuno y todo lo que lo rodea. Y no me refiero a los desayunos profesionales, como los que te relataba en” Agenda incumplida”, “Corto me supo” o “De refinanciaciones y murallas”. Tampoco a aquella bonita iniciativa que te conté en “Regale un desayuno” o al "Desayuno en la vida" de Supertramp, sino a textos como “Chocolate con churros”, “Con energía comienzo el día”, “Sabor y tradición”, “Típicas del campo”, “Consagrados hartazgos”, “Chicharrones rondeños”, “Hartazgo de churros”, “Hábitos mañaneros” o “Consejos alimenticios para estar mejor”. 

El inventario de textos anterior viene a colación porque esta mañana he leído el artículo de Amaya García en El mundo, titulado El desayuno ¿es tan importante? y he recordado lo que, desde adulto, he estado escuchando en mi ámbito íntimo de relaciones, eso de que "el desayuno es la comida más importante del día". Del frío invierno de la niñez, sólo rememoro esa tortilla “francesa” que me hizo mi madre una helada mañana. Después, en el instituto, ese chupito de aguardiente mañanero, camino de la fría clase, que atenuaba la enésima helada caída en la Serranía de Ronda, pero ese licor a esas horas no creo que se catalogue de desayuno. 

Luego, en la universidad, esporádicamente, un bocadillo a toda prisa en el bar del instituto Martiricos (Málaga, España), que estaba al lado de la Escuela de Empresariales, donde realicé la Diplomatura. La Licenciatura, como la ejecuté por las tardes, en la Facultad, ubicada en El Ejido (Málaga), pues “na de ná”. Como te digo, fue ya de adulto, cuando mi familia me argumentó la necesidad de meterle energía al cuerpo a primera hora (casualmente es cuando he empezado a poner también esos "kilitos" de más, jeje). Recuerdo que en unos lejanos “Ejercicios Espirituales” a los que asistí, uno de los participantes me dijo que desde que había dejado de desayunar copiosamente, su peso se redujo considerablemente.

En fin. Ahora llega Amaya y me apunta la opinión del catedrático de la Universidad de Navarra, Alfredo Martínez: "Es una más, ni más ni menos importante que la cena o la comida". Esa reflexión la percibo lógica. Es más, hace algunos años me razonaron la ancestral costumbre de no desayunar, o desayunar poco, de la siguiente forma: nuestros abuelos de la Prehistoria y más allá, cuando se despertaban, en muchas ocasiones sólo podían beber agua y poco más, ya que se tenían que poner a correr para conseguir carne (o para no ser desayuno de otras fieras), y una vez avituallado el alimento (al mediodía o a mitad de la mañana, en el mejor de los casos), entonces se ponían a comer y luego, supongo, llegaba la siesta, al menos en mi país. Este texto también se ha editado en el Sitio de Manuel, bajo el título " El "ser o no ser" del desayuno" (Fuente de la imagen: pixabay).